La invasión de los bárbaros


La caía de los imperios militares siempre ha estado ligada a la invasión de los bárbaros. La invasión, en los tiempos modernos, rara vez ocurre por la irrupción violenta de fuerzas de ocupación militar, pues la destrucción de la cultura solo se logra con grandes núcleos humanos que arrasen los valores culturales y religiosos de la sociedad invadida. La ocupación puede también lograrse por medios pasivos de migración silenciosa que no obedecen propiamente a un programa perverso de conquista, ordenado por un líder político, sino como resultado de una corriente de un grupo humano que se mueve y arrasa con las costumbres y las limitaciones de su educación imponiendo las suyas y que con el correr de los años, alcanza el poder político y militar con miembros de su etnia. La servidumbre es la forma de ocupación pasiva más exitosa que se está imponiendo actualmente. Naciones que fueron cabezas de imperios como Francia, ocupada por los argelinos; Inglaterra por las poblaciones de las antiguas colonias, Estados Unidos por los mejicanos ven como se está vetando el acceso laboral a los nativos no hispano parlantes y que los valores religiosos, de justicia y propiedad se están desmoronando lenta e inexorablemente hacia un modelo de sociedad que en los viejos estándares corresponden una sociedad atrasada por el retroceso de las libertades individuales y el uso de la violencia en la solución incivilizada de las disputas entre los miembros. El Estado es suplantado: en la educación las nanys o niñeras implantan la nueva lengua en los hijos del país invadido; en la justicia son los ulemas o los tribunales extraterritoriales los que resuelven los conflictos; en la cultura, los valores se desnivelan a los dictados de libros sagrados arcaicos o las normas de idealistas ajenos a la realidad.
Pero las naciones pueden también desintegrarse y perder su identidad por las influencias de los bárbaros antes de consolidarse. Bárbaro es todo aquel y todo aquello que no conoce ni respeta la cultura.
[1] Colombia está en el filo de la ingerencia de bárbaros en todos los frentes. La visita reciente de jueces del tribunal interamericano de justicia “para verificar” como se están cumpliendo sus sentencias, dictadas desde Costa Rica, –una columnista hasta tuvo el desenfado de proponer que sea este tribunal el que aplique la ley de Justicia y Paz–; el papel protagónico que se está tomando el presidente venezolano en la solución de problema del canje de ciudadanos secuestrados por guerrilleros presos, eufemísticamente llamado “intercambio humanitario”; la propuesta del presidente Uribe Vélez de concentrar y desmovilizar los pocos insurgentes del ELN en el exterior de las fronteras nacionales y de llevar el cierre de las negaciones de paz con ese grupo en territorio extranjero; las demandas descaradas de los senadores demócratas americanos, exigiendo la solución previa de todos los conflictos y desigualdades sociales antes de ofrecer su voto para aprobar el Tratado de Libre Comercio entre Colombia y los Estados Unidos; las condiciones agresivas de los gobiernos ecuatoriano y venezolano sobre las formas que deben utilizarse en el territorio colombiano para erradicar cultivos ilícitos; la solicitud descarada del presidente francés de liberar un peligroso delincuente preso a cambio de que el nombre de Colombia apareciera en el documento firmado por “los grandes”, son entre otros (y entre todos) una muestra aterradora de la penetración de los bárbaros en las estructuras de poder del Estado Colombiano y de como se están creando precedentes para una erosión institucional, que puede llegar ser irreversible, de la nacionalidad colombiana si la clase dirigente, incluyendo la empresarial, no toma nota de este fenómeno imperceptible pero visible escandalosamente.
[1] Gary Jennings, en la presentación de su libro Halcón (Ed. Planeta, traducción de Francisco Martín), dice sobre barbarus:
“Me he tomado, además, una libertad digna de mención: en numero­sos párrafos en que Thorn emplea el vocablo latino barbarus o su equivalente gótico gasts, lo he transcrito por «extranje­ro». En la época de Thorn, prácticamente todas las naciones, tribus y clanes denominaban «bárbaros» a los demás, pero el epíteto –salvo cuando se empleaba como auténtico insulto– ­no poseía la connotación actual de bruto y salvaje; por eso he juzgado que «extranjero» define mejor el sentido que se le daba”.
Para confirmar lo anterior recurro a mis recuerdos de la lectura de Herodoto en sus Libros de Historia (traducción de P. Bartolomé Pou) dice por ejemplo:
“Del Egipto nos vinieron además a la Grecia los nombres de la mayor parte de los dioses; pues resultando por mis informaciones que nos vinieron de los bárbaros, discurro que bajo este nombre se entiende aquí principalmente a los Egipcios”.
“Ciento veinte mil hombres perecieron en el reinado de Neco en la excavación del canal, y aunque este rey lo dejó a medio abrir, por haberle detenido un oráculo, diciéndole que se daba prisa para ahorrar fatiga al bárbaro, es decir, extranjero, pues con aquel nombre llaman los Egipcios a cuantos no hablan su mismo idioma”.

 

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