¿Qué es la Marinera?


La música arranca y ellos se miran uno al otro a los ojos, a través de la distancia que mide el reto asumido. Ella, la hembra siempre segura, siempre garbosa, siempre primero, levanta su pañuelo y lo ondea con gracia sin par sonriéndole al amor y a la vida y luciendo, en su paseo breve y pausado, todo el encanto, que sabe, el varón desea conquistar. Desde lejos él la saluda sombrero en mano y le anuncia, con su paso elegante y decidido, que no sabe de huidas ni negativas, y que, gran conocedor del juego, se muere de impaciencia por ganar...
Recién se inicia el juego y ya los jugadores se impacientan. Y es que luego de haberse mirado a los ojos, acercándose casi con miedo, saludándose en el corto encuentro, la retirada no hace otra cosa que encender más el deseo. Ahora ambos buscan el nuevo contacto, pero ahora más próximo, más íntimo, para poder disfrutar un poco más del dulce placer de la mutua cercanía. Por eso el retiro es breve, efímero, pues la música anuncia cómplice que está cercano el momento esperado, deseado, casi implorando con la sonrisa en los labios y el pañuelo en los dedos como una paloma que vuela graciosa al encuentro de su amado...
Ahora sí. La pareja se acerca feliz, airosa, entre el reto y la tregua, entre el deseo y el miedo. Un giro en torno a un sentimiento, una vuelta para volverse a juntar. Los pies ágiles los llevan muy cerca el uno del otro pero cautelando que exista siempre una distancia entre los dos, pues no es prudente entregarlo todo sin haber esperado lo suficiente. Y mientras se miran a los ojos él la rodea cubriéndola con su brazo y su sombrero, como invitándola a ser suya, sólo suya y ella con sus movimientos salerosos se deja, ofreciéndole a su varón una prenda por alcanzar.
Satisfacción y alegría. Los que en un inicio eran distantes bailarines movidos por un natural deseo atizado con un poco de curiosidad y otro de picardía, es ahora un dúo feliz, una pareja de amantes intrépidos que gozan de la licencia que la música les otorga para seducir y cautivar al otro, con la sonrisa, con la mirada, con los brazos que juegan a enredarse, ella sujetando la femenina falda, él luciendo su porte varonil, de conquistador conquistado. El movimiento de las piernas se hace más fuerte, más enérgico, porque la sangre corre presurosa, por sus venas, y su ritmo acelerado ya nadie lo puede detener.
A zapatear se ha dicho! Euforia, júbilo, el inconmensurable placer del gozo compartido, de la dicha de dos al unísono sentida. El pecho reboza de entusiasmo y sus rostros plenos de felicidad y emoción, cara a cara, sonriendo dichosos, se lo dicen sin palabras. Ella, la falda recogida parece dejar libres los ágiles pies que "cepillan" el suelo con la furia y el ardor de su alegría. El, deseo contenido expresado con la fuerza del taconeo y el ardor de la entrega. Ya es un hecho, ya no hay más treguas, y la música, con su sonoro final, acompaña a la pareja en su más profunda unión. El brazo llevando en alto el pañuelo, las miradas enlazadas, la rendición total...

 

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